martes, 20 de marzo de 2012

Manolo Sanroma

Hubo un tiempo en que España se caracterizaba por tener un prototipo de corredor predefinido para palear por las clasificaciones generales de las carreras, bien fuera por ser un escalador puro, estilo Perico Delgado o Fernando Escartín, o bien un rodador que se defendiera bien en la montaña, como era Olano o en su máxima expresión, Indurain. Pero el país carecía de otro tipo de corredor que no fuera aquel que pelease por la clasificación general de una carrera. No había ni clasicómanos, ni la especialidad que más victorias suele deparar en un año, el sprint.

En esa última especialidad España tuvo un sensacional sprinter, uno de los mejores de su momento, Miguel Poblet, pero ya había llovido mucho desde la época de esplendor de este catalán, puesto que había competido allá por los años 50. Hacía ya más de 35 años desde que el bueno de Miguel se había retirado cuando en España comenzaron a despuntar dos figuras. Uno, el primero, era un joven cántabro en el que prácticamente nadie confiaba. Tal era la desconfianza que era uno de los corredores peor pagados del pelotón, defendiendo los colores del Vitalicio Seguros. Era un corredor con un talento increíble, pero que apenas había conseguido una victoria como profesional. Su nombre era Óscar Freire.
 
El otro, un año más joven (del año 77) que el cántabro, era un corredor de Castilla la Mancha, concretamente de la localidad de Almagro. En ese momento, en el mundo del sprint había un único rey de la velocidad, el gran Mario Cipollini, y otro corredor, un alemán, que siempre conseguía el maillot verde de París, Erik Zabel. Fue entonces cuando dio el salto a profesionales Manuel Sanroma, un ciclista que venía de un país en el que no había ni afición ni tradición por el sprint, pero llegó como un ciclón. En sus primeros meses de profesional, en 1998, obtuvo nada menos que 3 victorias en la Vuelta a Venezuela, todo un hito para su modestísimo equipo, el Estepona. Y eso que debutó mediada la temporada.

Esas victorias, unido a una meritoria cuarta plaza en el Circuito de Getxo le valieron para la temporada siguiente un contrato en el histórico Relax Fuenlabrada, dirigido por Maximino Pérez. Comenzó la temporada como un tiro, obteniendo victorias en la Vuelta a Valencia, derrotando, ni más ni menos que al rey de la velocidad, a todo un Mario Cipollini. Era el nuevo fenómeno del pelotón español y los equipos punteros comenzaban a disputársele, a sabiendas que el Fuenlabrada tenía un presupuesto pequeño y que no podría retener a una figura de la magnitud que estaba adquiriendo el manchego. Pero Maximino, que era zorro viejo, habló con su pupilo y le prometió que en cuanto obtuviera su quinta victoria de la temporada, le regalaría el coche que quisiera. Todo era poco para retener a la estrella del equipo. Una estrella que aún no había llegado a los 22 años, pero que él, lleno de humildad, indicaban que eran únicamente debido al buen hacer de sus compañeros.
 
Y como era de esperar, no tardó mucho en llegar esa quinta victoria en el casillero de Sanroma esa temporada. Fue en la sexta etapa del Alentejo. Tras esa etapa, y cumpliendo religiosamente con su palabra, Maximino regaló a Manolo el coche que él eligió, un Audi A-3.

Pero lamentablemente Manolo jamás llegó a estrenar ese coche, un coche que le fue entregado el día 15 de junio, San Modesto, como siempre lo fue Manolo, el martes antes de empezar la Volta a Catalunya, a la postre su última carrera.
 
El jueves 17 comenzaba la Volta, la cual concluiría una semana más tarde, el día 24. Dos días después, el 26 se iba a disputar el Campeonato de España, para el cual se estaba movilizando el pueblo para ir a apoyar a Sanroma, puesto que era uno de los grandes favoritos. La primera etapa de la Volta era un prólogo, el cual ganó Ángel Casero. La primera etapa en línea, esta ya sí, resuelta al sprint, fue ganada por Cipollini. Sanroma no pudo ni meterse en el sprint al verse cerrado en la disputa por la volata.
 
Y llegó el 19 de junio, en el cual se iba a disputar la segunda etapa en línea de la carrera, que finalizaba en Vilanova i la Geltrú. Sanroma se encontraba picado por lo sucedido el día anterior, y tal y como le contó a Ernest Riveras que su intención era meterse en la lucha por el sprint y coger confianza para el futuro. Antes de llegar al último kilómetro de la etapa, el pelotón iba lanzado encabezado por el Saeco de Cipollini. A su rueda intentaba pegarse sus rivales. En la lucha por coger la posición, Manolo arriesgó más de la cuenta y debido a un bandazo de la cabeza del grupo buscando protegerse del viento, el pelotón se pegó al lado derecho de la calzada. Sanroma adelantó de manera temeraria a Svorada, sin darse cuenta de que se iba contra el bordillo.
 
Manolo no tuvo tiempo de frenar y chocó contra el bordillo, salió volando por encima del manillar para caer con el mentón contra el asfalto... El impacto fue brutal y la sangre apareció. Svorada y Planckaert, que también habían caído, vieron horrorizados a un Sanroma inmóvil sin dar señales de vida. Inmediatamente llegaron los médicos de la carrera para atenderle. La ambulancia llegó rápidamente, se llevó al corredor al hospital más cercano.

Pero ya no hubo nada que se pudiera hacer, Manolo, quien acababa de hacer 22 años, había sufrido un accidente mortal. La mala suerte volvía a cebarse con el Fuenlabrada, 3 años después de haber perdido, en un accidente similar, a José Antonio Espinosa. Y no sería la última vez que la mala suerte se cebaría con el Fuenlabrada. La temeridad de la que solía hacer gala Manolo Sanroma, en este casó le jugó una fatal pasada, y volvía esta mala suerte a golpear al mundo de un ya muy maltratado ciclismo.


Saludos a todos!!

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